lunes, 29 de agosto de 2016

Malvinas: la tentación de volver a la política de "seducción"


Malvinas: la tentación de volver a la política de "seducción"

A partir de 1983 pasaron varias administraciones políticas y todas ellas tuvieron que lidiar con la cuestión Malvinas, que se vive como un sentimiento colectivo de reivindicación nacional de un hecho colonial. Este año se da la particularidad de tener un nuevo gobierno tanto en Argentina como en Gran Bretaña y el mes próximo en Pekín se encontrarán los jefes de Estado de ambos países en el marco del G 20.

Desde la restauración de la democracia cada uno de los gobiernos que asumió intentó delinear una política propia para abordar el tema. Fuimos de las votaciones favorables en la Asamblea de la ONU al argumento que ello no cambiaba la posición de Gran Bretaña. En 1989 reanudamos las relaciones diplomáticas con Londres, se “encapsuló” el diferendo territorial en el famoso “paraguas” de soberanía como reaseguro del reclamo para las partes, iniciando una intensa actividad diplomática y mediática, que incluyó la firma de un conjunto de acuerdos bilaterales. Además se puso en práctica una suerte de política de “seducción” a los isleños.

En los tres períodos presidenciales 2003-2015 se realizó una política de mayor intransigencia, “diferenciándose” con un discurso más duro y reivindicativo, tanto en los gestos como en las actuaciones. Se podría sintetizar diciendo que tuvimos etapas de cooperación y acuerdos, pasando luego a otras de mayor confrontación y distanciamiento.

Un acto de sensatez sería aceptar que no hubo muchos logros, independientemente de quien fuera gobierno por falta de un sistema de consensos básicos entre las fuerzas políticas. El balance bilateral en este largo período favoreció a Gran Bretaña por su política de hecho consumado en pesca, petróleo y medio ambiente.

Existe una conciencia general del logro obtenido por la resolución 2065 de Naciones Unidas, durante el gobierno del Dr. Arturo Illia que fue un éxito diplomático importante.

Los treinta años de democracia -recuperada después de perder la guerra- aún no fueron suficientes para explorar en sentido profundo cómo establecer pautas acordadas que nos marquen un rumbo eficaz, positivo y de resultados en el diferendo de Malvinas. Es difícil mirar la perspectiva estratégica cuando está en juego la política interna.

Los distintos gobiernos no lograron convertir la cuestión Malvinas en una política de Estado. Hay que destacar que los apoyos regionales a la posición argentina han sido permanentes y efectivos.

Otro factor fundamental al cual no se le da la importancia que corresponde es la falta de una política de Defensa para el control efectivo del espacio geográfico marítimo. Es necesario que el sistema de toma de decisión política en el tema Malvinas comprometa a la mayoría del arco político donde prevalezcan los acuerdos más allá de quién gobierne.

Puede existir nuevamente la tentación de un deslumbramiento de expectativas económicas que haga perder el objetivo principal que es político. Separar la relación con Gran Bretaña del conflicto de Malvinas dificulta el equilibrio de las partes. Territorios coloniales como Malvinas o Gibraltar, impiden la relación fructífera entre los países. Un plan de metas con objetivos claros y transparentes puede abrir un camino a transitar con beneficios recíprocos.

Los diferendos entre países a lo largo de la historia se han resuelto con el “transcurso del tiempo o con sangre”. Argentina y Gran Bretaña recorrieron ambos caminos. Pasaron más de treinta años desde el fin de la guerra y la población se conmovió con el primer desfile público de los combatientes en el pasado mes de julio. También se realizaron encuentros entre ex combatientes británicos y argentinos con expresiones de respeto y reconocimiento de unos a otros.

El debate de Malvinas además de ser un diferendo diplomático es una “frontera cultural” donde expresamos cómo vemos el mundo y cómo participamos del mismo. El encuentro de los Jefes de Estado del próximo mes de septiembre será una señal política marcada por la voluntad de los protagonistas.

Juan Pablo Lohlé fue embajador en Brasil y España. Director del CEPEI

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